El mensaje de Pascal resulta claro: detrás de todas nuestras ocupaciones, detrás de nuestro infatigable quehacer diario, lo que se esconde es nuestro miedo a quedarnos a solas con nosotros mismos, con nuestra realidad personal, a enfrentarnos con nuestros sentimientos más íntimos. Pues en el fondo intuimos lo vacía que realmente está nuestra vida y por ello rechazamos toda posibilidad de reflexión sobre nosotros mismos, nuestras ambiciones y deseos. Ante la fría certeza de nuestro fracaso vital preferimos la táctica cobarde del avestruz, pretendiendo así ignorar nuestra derrota mediante el estresante trámite de llenar de actividad nuestro día a día, rodearnos de gente a todas horas y no tener tiempo para nada. No resulta extraño pues, que nuestro buen filósofo cierre de esta manera su reflexión:
«¡Cuán vacío está el corazón del hombre, y cuán lleno de inmundicia!