Algunas mujeres podrían ejercerlo, pero no había nada en mi energía o en mis instintos que me situara entre ese valeroso grupo. Si me dejaban sola, era pasiva; si me rechazaban, me retiraba; si me olvidaban... ni mis labios se moverían, ni mis ojos expresarían nada. Era como si hubiera cometido algún error en mis cálculos, y esperaba a que el tiempo disipara mis dudas.