Para reconstruir el “esqueleto” de la sociedad –su normativa y aspectos de su estructura formal–, se recurría al método de documentación estadística por evidencia concreta (interrogando sobre genealogías, registrando detalles de la tecnología, haciendo un censo de la aldea, dibujando el patrón de asentamiento, etc.).
Para recoger los “imponderables de la vida cotidiana y el comportamiento típico” –“la carne y la sangre” de la cultura–, el investigador debía ubicarse cerca de la gente, observar y registrar al detalle sus rutinas.
Para comprender el “punto de vista del nativo”, sus formas de pensar y de sentir, era necesario aprender la lengua y elaborar un corpus inscriptionum o documento de la mentalidad nativa. A diferencia de la práctica de Boas, éste constituía el último paso, pues la mentalidad indígena no podía entenderse sin comprender su vida cotidiana y su estructura social, y menos aún sin conocer acabadamente la lengua nativa (Malinowski [1922], 1986). Así, la tarea del antropólogo, a quien se empezaba a denominar “etnógrafo”, era una labor de composición que iba desde los “datos secos” hasta la recreación o evocación de la vida indígena.
Importante sobre métodos