Vicente Simón

Thomas Merton decía que la vida del hombre moderno es deficitaria en autenticidad, ya que la mayor parte de las decisiones se nos imponen y nuestra existencia se encuentra cada vez más programada por los demás. En esa situación, los «momentos de la verdad», aquellos momentos en que descubrimos cómo somos realmente y cuál es nuestra misión en el mundo, escasean, o, si se presentan, no somos capaces de reconocerlos.

Si la inquietud es poderosa y persiste, es mejor prestarle atención, es decir, convertirla en el objeto voluntario de nuestra capacidad de observación. Seguimos entonces la norma general de observar lo que aparezca en la mente, sea lo que sea.

Tratamos de identificarnos con el observador, no con el material que observamos. Y así, poco a poco, vamos afianzando la distinción entre la consciencia como proceso (el observador, el haz de luz que ilumina sin cesar) y sus contenidos (lo observado, aquello que la luz permite ver).

El ego está construido sobre lo que ya sucedió (los recuerdos del pasado) y sobre lo que todavía está por venir (las especulaciones acerca del futuro). Al instalarnos en el presente, el principal sustento del ego comienza a escasear y todo su edificio, lógicamente, amenaza ruina. Cada segundo que moramos en el presente, estamos dejando de actualizar las redes neurales que se encargan de mantener vivas las imágenes egoicas.

En cada momento de meditación, de morar en el presente, nos desprendemos del pasado y del futuro. Y ese no-presente es el material fundamental con el que se construye el ego, el self. De ahí la íntima relación entre el self y el tiempo psicológico. Al meditar nos desprendemos del tiempo y, sin que lo pretendamos, también comenzamos a desligarnos del self.

Si dejamos de creer no ser lo que somos, descansaremos en el Ser. Por tanto, no se trata de alcanzar ningún estado, sino de darse cuenta de que estamos ya en él. No nos hace falta añadir ni adquirir nada. Tan sólo desprendernos de una falsa creencia.

Schopenhauer: El ser humano puede hacer lo que quiere, pero no puede querer lo que quiere.

El yugo que nos esclaviza sólo podrá romperse cuando nos demos cuenta de que no existe entidad independiente alguna, ningún yo al que defender de nada, ningún sujeto que pueda tomar decisiones propias que alteren el curso de los acontecimientos. La liberación sólo puede acontecer al caer en la cuenta de que no hay nadie a quien liberar.

Estos tres factores, ausencia de expectativas, aceptación y no resistencia, no son sino tres aspectos de un mismo proceso, ya que son las expectativas las que crean la resistencia e impiden la aceptación

El germen del sufrimiento hace su aparición en el momento en que establecemos un vínculo pretendidamente duradero con la realidad que estamos viviendo.