Hiroko Oyamada

la siesta era la forma más económica y eficiente de pasar el rato.

Este año cumplo treinta. La verdad es que me habría gustado tener un trabajo fijo, aunque fuese una vez en la vida.»

Anda, pues… ¡qué suerte! ¿O no debería decir que es una suerte?»,

Hundí el sobre con el dinero en el fondo de mi bolso. No me dieron ganas ni de gastarlo ni de ingresarlo en el banco. De hecho, todavía sigue ahí. De haber continuado trabajando como es debido a lo mejor me habría ganado el «obsequio apreciativo» del verano

«Entonces… ¿vas a ser ama de casa? —Mi compañera abrió aún más los ojos—. ¡Es de ensueño!» «¿De ensueño? ¿Te parece de ensueño?» «Claro que me lo parece, que te mantengan y que puedas dedicarte a las cosas de la casa tranquilamente, a la jardinería, a hacer pan… me encantaría, ¡me encantaría!»

Nunca encontré el momento para contradecir su opinión y simplemente me dejé llevar por su discurso, pero la realidad es que no tengo ese instinto maternal.

¿No somos nosotras personas también?

Yo tampoco puedo decírselo, aunque me gustaría. Me gustaría decirle que cocine. Decirle: “Oye, podrías hacer la comida, aunque sea solo cuando sales de trabajar antes que yo, ¿no?”.

Descubrí que el tiempo, cuando no se rellenaba a cada momento con planes, fechas de entrega, reuniones y días de paga, era incapaz de mantener su velocidad, se deslizaba y caía.

En aquel jardín sin viento flotaba una energía densa que nacía con fuerza de cada hoja y de cada planta.