¿Cómo construir una identidad humana en la que la voluntad libre y espontánea se encuentre confundida e identificada con esa tendencia irrefrenable a la valorización de su propio valor económico, que late en él con la fuerza de una “voluntad cósica”, artificial? La solución a este problema sólo pudo ofrecerla un tipo de ser humano cuya identidad es precisamente la blanquitud; un tipo de ser humano perteneciente a una historia particular ya centenaria pero que en nuestros días amenaza con extenderse por todo el planeta. La blanquitud no es en principio una identidad de orden racial; la pseudo-concreción del homo capitalisticus incluye sin duda, por necesidades de coyuntura histórica, ciertos rasgos étnicos de la blancura del “hombre blanco”, pero sólo en tanto que encarnaciones de otros rasgos más decisivos, que son de orden ético, que caracterizan a un cierto tipo de comportamiento humano, a una estrategia de vida o de sobrevivencia.