el deseo se confundía con el dolor, tan fácil. Y ella se había vuelto adicta a ese despegarse del mundo, a que la quisiera alguien que jamás pensó que se fijaría en ella y su mirada siempre en el suelo, el pelo tapándole la cara. A que él la viera. A que él le hiciera preguntas, le tomara fotos, la grabara mientras se tocaba y salía de ella ese grito que la abría y que se convertía en sonrisa, en una nueva forma de rendirse. De apagarse.