En efecto: el poder lo detentaban los de siempre; la riqueza estaba en otras manos. Era cuestión de tiempo que sus propietarios considerasen su derecho la participación en el proceso de toma de decisiones. El Parlamento, en el que tanto la gentry rural como los burgueses estaban cada vez más representados, podía servirles de eficaz medio de expresión frente a una Corona que, lejos de mostrarse sensible a sus argumentos, se abrazaba cada vez más a la Iglesia y los aristócratas. El puritanismo, con su exaltación de la ética personal –algo de lo que, a sus ojos, carecían la Corona, la Iglesia y los aristócratas– les suministraba la imprescindible cohesión ideológica que necesitaban, así como, llegado el caso, organización y liderazgo. Los jugadores se miraban frente al tablero. El barril estaba lleno de pólvora