Movió la mano en el volante, el motor inactivo rugió y, a toda velocidad y sin mirar atrás, se marchó.
—Como te dije antes —continuó Salma, acariciando suavemente la tersa mejilla de su crío—, ahora está muerta. Se cortó las venas en una bañera llena de agua caliente, aunque no a lo largo, como hay que hacerlo, así que no funcionó. Al final, tuvo que abrirse la cabeza contra el lavabo. Pasó mucho tiempo hasta que la encontraron.
El niño abrió sus ojos azules como el crepúsculo. Miró a su madre. Ella le devolvió la mirada.