Imaginemos un sujeto que no es consciente de que tiene una pica en la frente. El sujeto hace una vida aparentemente normal y hace tanto tiempo que lleva la pica hundida en la cara que no le presta atención: el objeto externo y su cuerpo ya son una misma cosa. Uno es consciente de que la extracción de la pica facilitaría la vida a esa persona, pero la operación comporta una delicada cirugía: basta un mal movimiento para que el asta se hunda más en el cuerpo de esa persona, despertando un dolor hasta ahora somatizado. Por supuesto, la pica es lo que podríamos referir como machismo estructural, y el sujeto somos todos nosotros. Desplegar, leer y analizar nuestro género comporta todos los beneficios, pero también todos los riesgos, de extraernos un cristal que se nos ha clavado en la piel.