El alzamiento zapatista ha demostrado que existe una oposición irreconciliable entre dos discursos en pugna: uno, representado por los indígenas, se asocia con la naturaleza, la imagen rousseauniana del bon sauvage, la protección del medio ambiente, la defensa de las tradiciones ancestrales, la lucha heroica de un puñado de hombres contra la injusticia generalizada, el romanticismo del héroe enmascarado y, en fin, la resistencia contra los peores valores del Occidente moderno; el otro, en cambio, pertenece a sus contrincantes: los finqueros, cafetaleros y ganaderos chiapanecos, el corrupto gobierno del PRI y sus aliados, y se identifica con el culto por el poder, el dinero, el progreso lineal y la homogenización indiscriminada de los seres humanos, y se asimila, por tanto, con las tendencias de casi todos los gobiernos actuales del planeta, y especialmente con la versión más salvaje del neoli-beralismo. No es casual, pues, que el movimiento antiglobali-zación haya visto el alzamiento zapatista en Chiapas como uno de sus mitos fundadores.