Las mujeres no somos educadas para racionalizar sobre cómo manejar las diferentes etapas que se van presentando en nuestro camino. Los hombres tampoco. Pero ellos pueden, en el campo amoroso, seguir viviendo activamente hasta el fin de sus días. Nosotras de pronto descubrimos que, al no ser objetos deseables, no pertenecemos al mundo afectivo.