Pero las arañas no pueden gustarte realmente –le decían a Oswald las mujeres que lo visitaban, cuando les mostraba su colección.
–Pues las adoro –les contestaba él–. Especialmente las hembras. Me recuerdan tanto a ciertas hembras de la especie humana que conozco. Me recuerdan a mis hembras humanas favoritas.
–¡Qué tontería, cariño!
–¿Tontería? No lo creo así.
–Es bastante insultante.
–Al contrario, querida mía, es el mayor cumplido que podría hacer. ¿No sabías, por ejemplo, que la araña hembra es tan salvaje al hacer el amor que el macho está de suerte si sale con vida del trance? Sólo si es extremadamente ágil y posee un ingenio maravilloso logra salir entero.
–¡Oswald!
–¿Y la araña de mar, querida mía? La chiquitina araña de mar es tan peligrosamente apasionada que su amante, antes de atreverse a abrazarla, tiene que atarla con complicados nudos y bucles hechos con su propio hilo...
–¡Basta, Oswald, basta ya! –exclamaban las mujeres, con los ojos relucientes.