Los filósofos consideran que los afectos que nos afligen son vicios en que los hombres caen por su propia culpa; debido a lo cual suelen ridiculizarlos, deplorarlos, denigrarlos o (si quieren parecer más santos) maldecirlos1. De ese modo, creen hacer una obra divina y elevarse a la cúspide de la sabiduría cuando son capaces de alabar prolijamente una naturaleza humana que no existe en ningún lugar y de lacerar con sus palabras la que existe realmente. No conciben, en efecto, a los hombres tal como son, sino como ellos querrían que fueran