El problema de la «crisis de palabras» remite profundamente al desencuentro entre palabra, experiencia y pensamiento. En el espacio que se abre en ese desencuentro, en lugar de hablar nosotros, somos hablados por distintos lenguajes (administrados por sus expertos y especialistas) que se hacen cargo de definir y describir la realidad en nuestro nombre: el lenguaje mediático define la actualidad; el lenguaje publicitario nombra nuestros deseos; el lenguaje terapéutico describe nuestro malestar; el lenguaje securitario habla de nuestros miedos; el lenguaje empresarial de las competencias dice nuestras capacidades, etc.