El alma, que tiende por naturaleza a las alturas, se siente prisionera en un cuerpo que la mantiene a ras de suelo. Lo sensible, por tanto, nos corta las alas y nos aleja de nuestro destino. La forma que vieron los pitagóricos de liberar al alma de semejante esclavitud fue someter al cuerpo a una tal disciplina, a una tal vigilancia que, aunque exigiera a gritos satisfacer sus necesidades, sólo a duras penas se le concedería