Miro hacia arriba y me doy cuenta de que el techo está cubierto de murciélagos. Casi por instinto, agacho la cabeza incluso más abajo que mis hombros.
–No los molesten y ellos no los molestarán a ustedes –dice el señor Lambert como advertencia–. Ahora solo deberían concentrarse en disfrutar. Allí a donde vamos, no habrá ninguna otra criatura viviente además de nosotros.