n materia de tenis, yo tenía dos dones naturales que compensaban la insuficiencia de talento físico. Digamos que eran tres. El primero era que siempre sudaba tanto que permanecía bastante bien ventilado fuesen cuales fuesen las condiciones climáticas. El exceso de sudor parece un don ambiguo, y no hacía exactamente maravillas por mi vida social en el instituto, pero significaba que podía jugar durante horas en un día de julio que recordaba a unos baños turcos y no desfallecer en absoluto siempre que bebiera agua y comiera cosas saladas entre partidos.