México no es ajeno a lo que Enzo Traverso, siguiendo a François Hartog, llama “presentismo”. Se trata, según la síntesis del italiano, del régimen de historicidad surgido en la década de 1990 que consiste en “un presente diluido que absorbe y disuelve en sí mismo tanto el pasado como el futuro” y que tiene una doble dimensión: la reducción del pasado a mercancía por y para la industria cultural, con lo que se destruyen todas las experiencias transmitidas y se ocultan las herencias significativas tanto de dominación como de resistencia, y la abolición del futuro, que se da definitivamente por cerrado en favor de un tiempo de aceleración permanente