Sentimos cariño por los libros que leemos, y aquello por lo que sentimos cariño nos cambia de innumerables modos que es difícil distinguir, tanto a lo largo de la lectura como después. Pero si esto es así, y si el lector es una persona reflexiva que quiere preguntarse (en su nombre y/o en el de la comunidad) por las formas posibles de vivir bien, entonces no es solo razonable, sino también apremiante, preguntarse: ¿Cuál es el carácter de estas amistades literarias en las que nos vemos involucrados? ¿Qué suponen para mí? ¿Y para los demás? ¿Para mi sociedad? ¿En compañía de quién elegimos pasar el tiempo?