Raquel García Lozano

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    El olvido era el sabor de la vida nocturna. En la furibunda oscuridad, el olvido los envolvía como el seno materno, y al cantar decían «allí» en vez de «aquí»
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    esa quemadura de nostalgia
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    Amor y odio, ambos producen sometimiento
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    terrones de tierra. La rugosa y áspera fricción hizo que sus terminaciones nerviosas temblaran y produjeran una estimulante excitación
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    Mientras tanto, los dedos de sus pies descalzos se clavan en la tierra húmeda
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    los terrones se mueven como si por debajo escarbase
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    Primero murieron sus ojos, y su piel seguía vibrando. Después se calmó la piel y solo quedó una pata delantera golpeando los excrementos como el bastón de un hombre ciego. Con la muerte de esa pata llegó la calma
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    Estaba sentado con la cabeza inclinada y el cuello dirigido hacia delante. Su rostro era frío, como hecho con economía de medios, cada línea con un propósito
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    Y el silencio, el silencio de un solitario barrio de Jerusalén en un solitario amanecer, recorría la calle arrancando agujas de las copas de los pinos. Las agujas arrancadas producían un ligero susurro que traspasaba las contraventanas cerradas, que traspasaba los huesos. Y los gatos, en la oscuridad, se erizaban de miedo sobre las barandillas de las terrazas. Dov giraba la cabeza hacia la puerta
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    las campanas a las iglesias de Belén, también ellas en el lado desconocido de la línea de alto el fuego. Las campanas de Belén respondieron: sí, sí, sí, nació aquí, y las campanas de Jerusalén oriental repicaron: y ha muerto aquí, y se ha levantado aquí.
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