Thelma Fardin

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    No seré libre mientras haya otra mujer que no lo sea, aunque sus cadenas sean muy diferentes a las mías.
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    resultado de esa misma expansión. Pero la vulnerabilidad propia de cualquier persona que no reproduce los estereotipos ni los esquemas que se espera que realice
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    un padecimiento colectivo puede ir tramando una red de contención colectiva que se confronte con la peor de las formas de violencia existente: la naturalización de una sujeción como si fuese algo normal.
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    nuestros cuerpos están escritos. Nuestros cuerpos están escritos por marcas que se vinculan directamente con ejercicios de poder de quien tiene el monopolio de la pluma. La escritura no es democrática. Nos van inscribiendo y codificando incluso antes de nacer; en roles, en disposiciones contra las que después intentamos ejercer una sobreescritura. Escribimos sobre escrituras previas, pero sobre una escritura que, de algún modo, ni siquiera desde el inicio pudimos manejar, que es la escritura con la que nos encontramos en nuestra propia carne.
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    Porque eso tiene la singularidad del encuentro. Que fue entre hijos e hijas y por los hijos e hijas, por ella como hija, de ella para el resto de las hijas, de ella para ella, de una para todas, de todas para todas.

    Es por ellas, es por ellos, es por Thelma. Es una y son todas. Son independientes y son nuestras. Son colectivas y son singulares. Y son una forma de tejer en donde se cuida y se libra, se hace por cada una y se hace para las demás, se libera y se protege, se acompaña y se suelta y se hace como se espera a la salida de la escuela o se abraza con los ojos en lágrimas cuando el momento llega.
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    Porque se espera como se espera a las hijas. En la puerta o en el cuerpo. En el pálpito y en el miedo. En el deseo de felicidad. Y en pedir también que si ella había sido una de las que picaba entre divinas y populares también juntas le enseñamos a las chicas —y a los chicos y chiques— que el deseo ahora no es (no debe ser) una exclusión o una trampa. Que la revolución es para que el deseo valga y se haga valer y vuele tan alto como ellas quieran.
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    Y las hijas y los hijos no son una forma de decir los recovecos del encuentro sino una forma de encontrarla a ella y de enseñar y aprender a la revolución de las hijas.
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    Pero esa primera tarde, después de escucharla, y de decirle lo que tenía que decirle: que nadie está obligada a hablar, que tiene costos, que es difícil, que la respuesta es personal y la decisión nunca se la puede imponer nadie, supe —y se lo dije— que Thelma tenía que hablar.
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    Las historias —a diferencia de lo que intentan decir para obstaculizar, mentir, difamar o abrir las llagas más dolorosas— no se repiten y no invalidan la palabra. Pero sí pesan. El silencio pesa. Y el silencio no aguantaba más en ella. Primero, llena de temores, después con una valentía sin tregua. Thelma tenía que hablar. Lo supe después de escucharla. Y, de todos modos, no supe cuánto iba a impactar su palabra. No hay termómetros para entender el impacto del dolor y de la lucha por el deseo
  • AM / ABцитирует21 день назад
    siempre la salida es colectiva. Nadie se salva solo. Ya sea el arte, los vínculos, el activismo, siempre hay otros y otras con quienes construir una salida.
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