A finales del siglo VI un nuevo emperador hizo gala de su poder y su seguridad creando un gigantesco jardín cuyo perímetro tenía ciento trece kilómetros y en cuya construcción trabajaron un millón de personas. En su interior brillaban cuatro lagos, uno de los cuales tenía más de veinte kilómetros de largo. De sus pabellones emergían los típicos techos curvos de tejas lacadas en rojo, dando, al conjunto, un aspecto monumental.