Porque así lo había dispuesto ella y, sin embargo, la vida fue tan cruel, tan cruel, que torció todo lo que ella había planeado sin planear, todo lo que había dibujado en lo profundo del sueño más profundo, sobre el tablero de su corazón. Esto es: que el hijo menor prevaleciera sobre el hijo mayor. Que el hijo mayor fuera el borrador y el hijo menor la versión definitiva. Pero la vida es cruel, muy cruel, decía ella cada vez que podía, la vida es dura y al mismo tiempo inestable, insensata, y a la vez está regida por una geometría que no podemos conocer pero sí sentir en carne propia, y cuando uno elabora un plan, cuando uno proyecta una idea y diseña y forja y esculpe, la vida siempre se encarga de deformarlo todo, como si esa vida estuviera gobernada por demonios malignos, amantes del vericueto y no de la línea recta, por sátiros caprichosos y no por Dios y que Dios me perdone pero a veces creo que Dios está en la muerte y no en la vida porque la muerte es el descanso eterno, la luz perpetua de la rectitud