Ese río de ahí es Flegetonte —dijo señalando el río de fuego de donde salía humo.
Asentí, atento. Luego señaló a nuestra derecha.
—Ese río más pequeño se llama Cocito, pero podréis llamarlo «río de las lamentaciones»...
—¿Podréis?
Me ignoró.
—El río más grande, donde acaba yendo Cocito, es el Aqueronte, el río de la pena —dijo señalando el recorrido con el dedo, hacia la izquierda.
—Si están unidos, ¿no son el mismo río? —pregunté estúpidamente.
Abuela suspiró.
—El Cocito es un afluente del Aqueronte.
Me quedé mirándola a la espera de que me explicara qué narices era un afluente. Volvió a suspirar.
—Da igual, tampoco te encargarás directamente de los ríos...
Iba a preguntarle otra vez si iba a venir alguien más, allí, conmigo, pero ella siguió hablando.
—Al otro lado está Lete, las aguas del olvido... —añadió mientras señalaba más a la izquierda—. Y el río de la orilla en el que estabas llorando, que va hacia ambos lados, y me atrevería a decir que has aumentado su caudal, es el Estigia, el del odio.