Ratzinger asume también que hay una «memoria originaria del bien y de lo verdadero»112 en los seres humanos. Esta convicción, sin embargo, no descansa en la creencia de la preexistencia del alma, como en Platón, sino que es interpretada a la luz de Gén 1,26-27, como conocimiento del ser creado a imagen de Dios, y en combinación con Rom 2,14-15, como expresión de la ley natural que Dios ha «escrito en los corazones» de todos los pueblos113.