Álvarez construye una caricatura del progresismo –o del buenismo–: los progres serían burgueses que no reconocen serlo, incoherentes, anticapitalistas que no pueden resistir el consumo de bienes caros, como computadoras Mac o iPhones último modelo, opuestos a que otros puedan elegir libremente lo que ellos sí pueden, ansiosos de imponer la corrección política y la justicia social, poco dispuestos a poner en cuestión sus ideas, amantes del Estado de bienestar como la “tierra pro(gre)metida”, siempre listos para apoyar a dictadores, sobre todo comunistas o populistas, y disponibles siempre para comprar mitos sobre la mejor salud o educación del mundo, como en el caso de los publicitados modelos cubano o finlandés.