A lo largo de los años, hemos ido sembrando el mundo con menudos rastros de Tris-Tras. Los hemos llevado encima sin sentirlos y los hemos diseminado por aviones, trenes y autobuses, en nuestro coche, en la calle, en los comercios, en las butacas de los cines y en los sofás de las casas de nuestros amigos; desde allí un ejército de desconocidos los transportaron consigo, sin darse cuenta, hasta muy lejos, a unos lugares en donde nunca estuvimos; algunas hebras doradas han llegado hasta el mar, otras se han perdido en los bosques por cuyos senderos hemos paseado sus portadores. Las hebras sedosas –cada una de las cuales tiene tres colores sutiles, como teñidos a propósito– se habrán esparcido por rincones lejanos de un mundo globalizado. Es lo que queda de Tris-Tras, ahora que ella ya no está. Ese animal se marchó dejando el mundo lleno de pelos.