La ese al final de los verbos me altera en la conversación, aunque no en los textos. Bertoni escribe terminando los verbos en i; ahí comienza el encanto de su poesía. Hay gente que es anfibia; habla con formalidad en la pega y treinta minutos más tarde, en el bar, termina los verbos con i. Los feriantes, los vagabundos, los cesantes, los ermitaños, no tienen ninguna instancia formal en la vida, y jamás cambian las hermosas terminaciones de sus verbos. Todo esto es bien chileno. A mí me preocupa cada vez que oigo a un niño de tres años pronunciando demasiado «bien», a pesar de que aún no tienen ningún jefe.