Hans Magnus Enzensberger

palabras fuertes, tal vez demasiado fuertes. Y las escuchan sobre todo aquellos que miran a «los de arriba» con un rencor que no data de ayer, sino que se basa en una experiencia secular y es en todo momento fácilmente instrumentalizabl

dedicará un solo pensamiento al hecho de que los empleados de toda administración, desde el oficial hasta el jefe de gobierno, cobran decenas de veces menos que cualquier ejecutivo de gran empresa o banquero inversionista, sin hablar de los por doquier queridos cantantes de éxitos, profesionales del fútbol o moderadores de televisión, a quienes no se les toma a mal que ganen millones.

Visto así, en vez de hacer reproches a los funcionarios de Bruselas uno casi quisiera salir en su defensa. Ciertamente, no es divertido pasar una semana laboral de sesenta horas en un clima de impopularidad, conflictos internos, bloqueos e intrigas, sin hablar de la pérdida de sentido de la realidad, por deformación profesional, que inevitablemente amenaza a cualquier clase política y ni que decir tiene que crece con la distancia geográfica con respecto al resto de los habitantes de nuestro continente.

toda ampliación de sus competencias le promete a la institución más poder, dinero y puestos de trabajo. Nadie ha avanzado una explicación mejor para muchas de las decisiones tomadas por nuestros procuradores europeos.

A todos los que se preocupan por este aspecto de la existencia humana esa indiferencia les ahorra el tutelaje arrogante con que han de lidiar quienes se dedican a otras actividades. Lo único que nos faltaba serían directivas sobre cómo se ha de pintar, bailar o escribir en Europa.

pero para poder satisfacerlas adecuadamente le asiste un voluminoso aparato. Dispone de un generoso comedor propio ubicado en el ático del edificio parlamentario bruselense. (El mural que adorna la sala muestra, por cierto, El rapto de Europa.) Para aligerar su carga de trabajo, el dignatario cuenta, además, con 14 vicepresidentes, de modo que nunca falta uno para dirigir una reunión.

Casi nos olvidábamos de Luxemburgo, una hermosa ciudad, paradero de otros presidentes e instituciones. L

Como todos sabemos, la vida real no tiene lugar en las plantas de dirección. Más importantes que los innumerables presidentes son, a fin de cuentas, las damas y los caballeros de segunda fila, los cuadros, los sherpas, cuyos nombres nunca aparecen en las noticias. El que quiera conocerlos hace bien en dejar el recinto turístico del casco antiguo de Bruselas y montarse en el metro. Michael Stabenow, conocedor de la zona que alberga los cuarteles generales de la Unión, describe la ruta de acceso mejor que cualquier guía turística:

El nombre del edificio no se explica por sí solo ni a sus moradores ni a los visitantes. En el siglo XVI el conde Charles de Berlay

Justus Lipsius. Tampoco en este caso se sabe de dónde le viene el nombre. Bien es cierto que en el vestíbulo hay una estatua, pero entre los adláteres de ministros y las cohortes de otras mentes serviciales serán muy pocos los que hayan hojeado las obras de este filólogo humanista, aunque sólo fuese porque están