El texto, decía Barthes, es comparable a un cielo estrellado, texte étoilé, profundo y liso, en el que el comentador, al igual que aquellos augures, «traza zonas de lectura con el fin de observar la migración de sentidos, el afloramiento de códigos, el paso de las citas»18. Las imágenes escriturales de la sideración de las letras y la constelación textual reconducen a Mallarmé, para quien el Libro, reflejo de la «dispersión volátil» del espíritu, describe la trayectoria de palabras lanzadas como dados al azar sobre el espacio vacío de la página, donde la potencialidad diseminante de la escritura queda fijada de mil formas, todas ellas efímeras e ilusorias