Ahora pensarás que entonces le di una bofetada o le escupí o le grité, al fin y al cabo, ya no tenía dieciocho años. Pues no, no hice eso. Quise decirle algo, pero el idioma y la rabia no me permitían elaborar en mi cabeza un discurso que estuviera a la altura de la repulsa que quería expresar