Aurora Freijo Corbeira

El ancla que es su pantalón bajado hasta las rodillas en esas tardes ya no se separará de sus pies durante años, quizá nunca.

¿Cómo no darse cuenta de lo que sucede en una falda de cinco años?

Bien cerrada. Toda ella cerrada, en lo que pueda.

o anunciando su vuelta a casa.
Papá no sabe nada de su cazador porque tiene que ausentarse para trabajar. No está en casa para vigilar a sus cachorros. Ni sabe que a veces le roban uno un rato para, después de manosearlo, devolverlo al mismo sitio. No puede oler el asqueroso rastro que dejan las manos del raptor

Si lograse vomitar, se dice, todo volvería a su sitio. Su cuerpo se ha hecho un desconocido de golpe y ha perdido el sentido innato cuyo nombre aprendió en el colegio: propioceptor.

Debe tumbarse de nuevo, como una paloma de patas estiradas. No tiene color alguno, y la ropa que hace unas horas se puso para dormir se ha pegado a ella con un sudor impropio

Los sueños son pegajosos, sueños de subsuelos que ni despierta la dejan en paz. Entran en su duermevela confundiéndola. Quizá se te pase en unas horas, quizá en meses, le dice

la hace permanecer casi inmóvil y andar a gatas, a cuatro patas sin libido, como un animal desorientado.

Tiene el cerebro mordisqueado por el susto y su melena se aja pegada a la nuca. Teme quedarse así. Teme todo.

Sobrevive en un tiempo de arritmia