Jon Bilbao

Eso, comprendí por fin, era la historia: no la narración ordenada que aparece en los libros, sino una aflicción que se traspasa de padre a hijo, de hermana a hermano, de marido a mujer

Los gobernantes lituanos se aferraron a la fe animista hasta que la oportunidad de gobernar la Polonia católica mediante el matrimonio de su reina de once años, y de poner fin a los ataques de los caballeros teutones, que se creían los cruzados del este, les persuadió de convertirse.

Los litvaks se consideraban habitantes de una época de duración indefinida: un lapso entre la entrega de las leyes acontecida en la antigüedad bíblica y la futura llegada del Mesías. Respecto al presente, su actitud era ambivalente, desganada en ocasiones.

Lo que yo había deducido a partir de los textos culturales de mi preadolescencia era que lo que de veras importaba en Estados Unidos era la superación creativa de las limitaciones personales

mientras la luz tenue y temblorosa del fuego empujaba las sombras hacia los rincones

—Qué silencio —dijo él, y por primera vez bajó la voz—. Escucha. A veces, desde esta casa se oye el mar. Esta noche solo se oye el viento.

la casa pronto la llenó de un júbilo tan grande que cerró los ojos en un intento por atrapar esa felicidad, por impedir que el momento pasara.

Cruzaron miradas fugaces. Una vez más, se había dicho algo que los incluía en un futuro común.

El juego es para personas que quieren reglas porque tienen miedo de creer en algo en lo que todos los demás ya no creen. Les asusta salir de sus cuatro paredes y hacer algo con su vida. El juego es para personas que quieren que les digan qué hacer.

—Mi querido, queridísimo Mario, no te vayas nunca. ¿Me lo prometes?