Edgardo Dobry

  • Pato Pereyraцитирует2 года назад
    Todo lector verdadero sigue un hilo, aunque también pueden ser cien hilos a la vez. Cada vez que abre un libro retoma en sus manos ese hilo y lo complica, embrolla, desata, anuda, prolonga. «Toda línea leída es provechosa», dice el chino de un cuento de Hofmannsthal, a la espera de la pena capital, durante la revuelta de los Bóxer. La forma en que la literatura se teje en el cerebro es una versión impalpable de esas redes neuronales que causan la desesperación de los científicos. En el caso del C. elegans, un gusano transparente de un milímetro de longitud y provisto de 302 neuronas, hizo falta el
  • Héctor Rojoцитируетв прошлом месяце
    Era el reino de la metamorfosis
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    Quien se preparaba para la caza evitaba abrir la boca. Prudentes, concentrados, sabían que el mínimo sonido habría bastado para arruinar la empresa.
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    El pensamiento más antiguo, aquel que por primera vez no sintió la necesidad de ofrecerse como relato, se manifestó en la forma de los aforismos sobre la caza. Como un susurro, entre tiendas de campaña y fuegos, se transmitieron como cantilenas:

    «La presa es semejante a los seres humanos, pero más santa.»

    «La caza es algo puro. La presa ama a los hombres puros.»

    «¿Cómo podría cazarlo si antes no lo dibujaba?»

    «El mayor peligro de la vida reside en que el alimento de los hombres está hecho enteramente de almas.»

    «El alma del Oso es un Oso en miniatura que se encuentra en su cabeza.»
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    La caza nace como acto inevitable y termina como acto gratuito.
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    Nada de todo eso que constituía la vida de la ciudad hubiera podido existir sin esas carreras, esas emboscadas por los montes, sin esas flechas disparadas y esa sangre. Se diría que la sociedad no se había sentido nunca lo suficientemente viva, y acaso real, sin esa vida paralela y superflua, vagante, de los cazadores perdidos en los bosques.
  • Héctor Rojoцитируетв прошлом месяце
    Los hombres se vuelven animales metafísicos durante la caza
  • Héctor Rojoцитируетв прошлом месяце
    Las grandes ciudades son herederas de esos lugares donde por primera vez se tuvieron reservas de alimento en altos cántaros guardados en almacenes. Los cazadores no podían sino ignorar las reservas. No llevaban inventarios ni anales.
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    Los mundos son tres y los hombres normalmente están en el del medio. Los chamanes, en cambio, están en todos ellos. A veces tocan con la cabeza uno de los mundos, pero tienen los pies apoyados en otro. En los tres mundos existe la misma cantidad de vida, de hierba, de presas, de hojas. Los espíritus, a veces, son más pequeños que los mosquitos. Otras veces, si se mira desde lejos, parecen montañas.
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    El chamán estaba obligado a actuar en un mundo que a los demás se les escapaba. Allí, si se batía con otro chamán, llamaba en su ayuda a escuadras de espíritus auxiliares. Tenía una mirada ardiente, que a veces velaba con una gorra orlada. Como el arco del cazador, así era el tambor del chamán. El arco permitía al cazador transformarse en un animal que salta, fulmíneo, con una prisa mortal. El tambor era el lago en el que el chamán se zambullía para entrar en un mundo que los otros no veían. Antes que nada, era necesario encontrar el tronco del que había sido sacado el círculo del tambor. Al golpear el tambor, el chamán contaba la historia de ese árbol. También la piel del tambor hablaba. Contaba cómo había vivido hasta que un cazador la había herido. El tambor es el árbol y el animal que fueron matados. El chamán se vuelve ese árbol y ese animal. En este punto el tambor comenzaba a guiar al chamán. Era una pluma, una cabalgadura. El chamán se agarraba al tambor como a la cabellera de un caballo.
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