No nos habíamos separado, porque técnicamente nunca habíamos estado “juntos”, pero yo lo vivía como una analogía platónica de ruptura –o como se diga– por las fuertes y terminantes palabras que me había dirigido: “Te tengo miedo y no quiero verte nunca más”. Frase imposible de malinterpretar.
En parte la comprendía, ya que, después de todo, yo me había acercado a ella con un cuchillo, lo cual era algo difícil de superar por más que tuviera una buena razón para hacerlo. Sálvale la vida a una chica mientras la pones en peligro, y apenas tendrá tiempo de agradecerte antes de marcharse para siempre.
Aun así, aquello no me impedía detenerme cada vez que pasaba por su casa –al igual que esta noche– y preguntarme qué estaría haciendo. ¿Qué importaba si ella me había dejado? La verdad era que todos me habían abandonado. La única persona que realmente me importaba era Nadie, y estaba a punto de matarla.
¡Felicitaciones a mí!
Solté el freno y avancé unos metros más hasta la funeraria
del final de la manzana. Era un edificio bastante grande, con una capilla, algunas habitaciones y, en el fondo, una sala para
embalsamar. Mamá y yo vivíamos en un pequeño apartamento en el piso de arriba. La funeraria era nuestro negocio familiar, pero, para evitar inconvenientes, mante