Puesto que había que ponerle una inyección para acabar con su vida, ¿por qué lo hicimos esperar toda una noche de agonía? Pero ¿pedía él la muerte? No, quería vivir. ¿Qué derecho teníamos a darle muerte cuando él pensaba que lo único que podíamos darle era más vida? Cuando llegó el veterinario –el que cura para siempre–, le dijo a M.: «Sujétele la frente con las dos manos», y él, confiado, no opuso resistencia alguna.