¿Cómo explicar a este hombre lo mucho que deseaba trabajar? ¿Acaso tenía la menor idea de cuánto echaba de menos mi anterior empleo? El paro era una idea, algo de lo que se hablaba incansablemente en las noticias en relación con astilleros o fábricas de coches. Ni se me había pasado por la cabeza que era posible echar de menos un trabajo igual que se echa en falta una pierna o un brazo: como algo constante y reflejo. No había pensado que, además de los temores obvios respecto al dinero y el futuro, perder un trabajo te hacía sentir incompetente, un poco inútil. Que sería más difícil levantarse por las mañanas que cuando el implacable despertador te arrancaba del sueño. Que echarías de menos a la gente con la que trabajabas, a pesar de lo poco que tuvieses en común con ellos. O que incluso buscarías rostros familiares al caminar por la calle.