Mis compañeros, a pesar de la lucidez expuesta por su parte, lo abuchean. A mí, por el contrario, me dan ganas de ponerme de pie para felicitarlo. En medio de la algarabía, uno de los muchachos, excitado por la situación, lanza un borrador que le da justo en el labio a Emilio. Él, inmediatamente, lo mira a los ojos. Todos ríen, menos yo. Emilio vuelve a su puesto con lentitud después de haber recibido la aprobación del profesor, y se sienta, siempre atento a los movimientos del atacante, como si quisiera mantenerlo a raya.