Héctor Malot

y el valor.

Un día de invierno hubo una tormenta de viento que destruyó todas las plantaciones del señor Acquin. Todo se perdió. Acquin había contraído una deuda y no podía pagarla. Tenía que cancelarla y, además, ir a la cárcel por cinco años. Llamó a su hermana Catherine para que se hiciera cargo de la familia. Esta repartió a los niños como pudo, dejando a Lise con ella, a Alexis, donde un tío, en las minas de Varses, a Ben

Perdido! Los jueces decidieron que yo no tenía por qué encontrarme bajo los andamios y que el contratista no me debía nada.

La demanda se ha perdido —continuó—, nuestro dinero está perdido, yo, lisiado, ¡es una miseria! Como si eso no fuera suficiente, llego aquí y me encuentro con un niño. ¿Me explicarás por qué no has hecho lo que te dije?

No se abandona así como así a un niño a quien has alimentado con tu propia leche y a quien quieres.

—No era tu hijo.

—Por último, quería hacer lo que pediste, pero justo cayó enfermo.

—¿Enfermo?

—Sí, enfermo; no era el momento para llevarlo al hospital para que se muriera.

Así es como nuestro pequeño Nicolás se murió; sentía que si llevaba a este a la ciudad, moriría también

Sus padres! ¡Ah! He cometido una tontería al creer que tenía padres que lo reclamarían algún día y que nos pagarían por haberlo criado. No fui sino un tonto, un imbécil. El que estuviera envuelto en bellos pañales con adornos no quería decir que sus padres lo buscarían. Tal vez estén muertos

si bien estaba desolado al saber que ella no era mi mamá, estaba feliz, casi orgulloso, de saber que él no era mi papá.

Eras un lindo niño de cinco o seis meses, rosado, gordo, gracioso; los pañales en los cuales estabas envuelto decían claramente que pertenecías a padres ricos. Entonces, eras un niño que habían robado y luego abandonado. Esto fue al menos lo que explicó el comisario.

Después de tres meses perdí a mi hijo, y entonces me apegué a ti.

pena y temor y, al despertar,