durante siglos, meterse en un convento era la única forma respetable que tenía una mujer soltera de apartarse de su familia, ya fuera por ser devota de verdad o simplemente por ser pragmática, al preferir los votos de pobreza medio holgada y castidad al sopor de un matrimonio campesino. La versión con más glamur es la del artista o bohemio que se ve atraído a una zona geográfica en un determinado momento de la historia, como Greenwich Village en la década de 1890.