El existencialista pensaba que lo que valía la pena era la libertad, entendida como fuerza de voluntad. El místico pensaba que lo que valía la pena era el espíritu, magnético y distante. Y quizá ahora nos dé por pensar, de forma mucho más inmediata y naturalista, en el sentido filosófico del término, que lo que merece la pena es la comida, la casa, el trabajo y que nos dejen vivir en paz.