Alessandro Triacca Sánchez

su forma de explicarlo es cínicamente hermosa, por verdadera: dice que ambos se aman con todo el corazón, pero que ella tiene un corazón más grande que el suyo.

Le dije que lo notaba muy cambiado, a ratos irreconocible. Sonrió. Lo tomó como un halago. Buscó mi mirada y luego apuntó al cielo con el azul de sus ojos. Ufff, menos mal, Cheché, de eso se trata, si no para qué venir tan lejos.

19 de septiembre

18:45

Paso a saludar nomás de refilón y con prisas, amigo Postrero, porque a las

Aquí nadie nos conoce. Nadie con quien guardar las apariencias. Las malditas apariencias. Es una libertad que empieza afuera pero termina adentro.

Le di las gracias diecinueve veces, con esa pinche amabilidad tan mexicana que cargo a cuestas, como si en vez de darme un libro me hubiese regalado un lingote de oro.

Aquí mis días son tan largos que después de leer y dormir y escribir y echar el shakhmaty con Theo y ver la tele con Pyotr y fumar un gallito con Lips y echar los pases de rugby con Glyn y leer más y lavar mi ropa y echar otra siesta, siempre me quedan horas muertas llenas de vida.

Porque si el motivo de un viaje es transformar la mirada, entonces el motivo del exilio es transformar la perspectiva, es decir, el lugar a partir del cual luego se desprende la mirada.

el dolor, wacho, es la tristeza del cuerpo, y la tristeza jamás hay que callarla.

Tal vez, como dice Facundo, estamos mutando, dejando atrás nuestras pieles originales, y en ese proceso se nos perdió la transparencia que nos caracterizaba. Tal vez por eso me invitó a venir, para afrontar la grieta.

Me recomendó nunca fiarme de la gente que solo me dice lo que quiero escuchar. Que la amabilidad es también el disfraz preferido de los seres más perversos, la máscara de los políticos, la excusa de los sumisos. Que a veces es necesario incomodar y sentirse incómodo. Que la verdad, la que viene del alma, che, no tiene intermediarios, y que es necesario explorarla incluso por la vía del conflicto, aunque duela y asuste.