CAPITULO I
Una mujer hizo su aparición por el sendero.
Se la advertía agotada, dolorida, con aire ausente, como drogada, borracha o inmersa en un universo del que el paisaje que la rodeaba no parecía formar parte.
No prestaba atención a las flores, ni a los árboles, ni a los pájaros, y apenas reaccionó en el momento de atravesar un charco que le empapó los zapatos.
Al fin se detuvo ante un alto muro coronado por una espesa alambrada de afiladas concertinas que semejaban cuchillas de afeitar y en el que a cada pocos metros se distinguían una calavera y un aviso:
«No pasar. Peligro de muerte».