aunque lo de ser músico quizá hubiera que verlo más bien como una desgracia, dijo padre Sigvald, pero cuando se era músico, se era músico y, una vez que lo eras, ya nada se podía hacer, seguramente, al menos eso pensaba él, dijo padre Sigvald y si alguien le preguntara a qué se debía, respondería que debía de tener que ver con el dolor, con el dolor por algo o solo con el dolor, y padre Sigvald dijo que al tocar, el dolor podía aliviarse y transformarse en vuelo, y que el vuelo podía transformarse en alegría y felicidad, y por eso había que tocar, por eso tenía que tocar él y algo de ese dolor debían de compartir también los demás y por eso había tanta gente a la que le gustaba escuchar música, así creía él que era, porque la música elevaba la existencia y le proporcionaba altura, ya fuera en bodas o funerales, o cuando la gente sencillamente se reunía para bailar y festejar, pero por qué justamente les había tocado a ellos el destino de ser músicos, eso no lo sabía padre Sigvald, claro, y no es que él hubiera tenido nunca mucho juicio ni muchas luces, pero era un músico muy aceptable desde que era muchacho, desde que tenía la edad de Asle, del mismo modo que Asle era ya un músico muy aceptable, Asle y él se parecían en muchas cosas, dijo padre Sigvald, y de la misma manera en que él, a la edad de Asle, acompañaba a su padre cuando el abuelo de Asle tocaba en las bodas, así acompañaría ahora Asle a padre Sigvald, así aprendería y, a finales de verano, le dejaría acompañarlo también cuando tocara en los bailes, y en los convites funerarios, igual que había acompañado él a su padre a las bodas, los bailes y los convites funerarios, aunque otra cosa, dijo padre Sigvald, era que eso le gustara, otra cosa era que le gustara que su hijo también fuera a ser músico, pero eso no iba a preguntárselo nadie, el destino del músico no pregunta y quien carece de propiedades tiene que salir adelante con los dones que Dios le ha concedido, así era la cosa, así era la vida