Es muy fácil condenar las acciones de sujetos obedientes, cuando está uno sentado cómodamente en un sillón. Ahora bien, quienes condenan a dichos sujetos los miden conforme al patrón de su propia capacidad de formulación de principios altamente morales. Y este patrón nada de justo tiene. No pocos sujetos, cuando se trata de exponer una opinión, se sienten tan capaces como cualquiera de nosotros en punto a la exigencia moral de negarse a realizar acción alguna contra una víctima indefensa.