Téngase en cuenta cuán íntimamente relacionada se halla nuestra aceptación de los preceptos que de otros recibimos con las instituciones y locales concretos de nuestras actividades de cada día. Si se nos lo pide, no tenemos dificultad en presentar nuestro cuello a un hombre con una navaja de afeitar en la barbería, cosa que por supuesto no haríamos en una tienda de zapatos. Al sentarnos, en cambio, en esta tienda, obedecemos de buen grado la invitación del dependiente a que nos pongamos en calcetines, y sin embargo, nos negaríamos a hacer lo mismo en una institución bancaria.