Anticristo acaba de venir al mundo en medio de esta mascarada aparentemente inocua. Habíamos esperado desde hace siglos que hiciera una entrada grandiosa y teatral. Pero, ahora que ha llegado no como un destructor envuelto en un hedor a azufre, sino como alguien piadoso, acompañado a veces de un aroma a incienso, ahora que se santigua al tiempo que hace el saludo militar, reza padrenuestros y juega en la bolsa, elogia la virtud humana (degradada en «burguesa») para destruirla, pretende defender la cultura europea con las armas con que la aniquila, promete honrar el pasado y pronostica un futuro (porque sabe que tras él no habrá ya ninguno), asegura que ayudará a salvar la humanidad y el humanitarismo y, al mismo tiempo, liquida a los hombres, como si su lengua engañosa no supiera lo que perpetra su mano asesina.