Siempre había sentido debilidad por el boxeo, y siempre había sido un buen golpeador, pero lo que buscaba yendo a entrenarme en secreto a un club de Brooklyn, a una hora de tren de mi casa, allí donde nadie me conocía, allí donde el Formidable no existía, era poder ser falible: iba a reivindicar el derecho a ser vencido por alguien más fuerte que yo, el derecho a desprestigiarme. Era la única forma de alejarme de ese monstruo de perfección que había creado: en esa sala de boxeo, el Formidable podía perder, podía ser malo. Y Marcus podía existir.