La mañana en que Jack Kerouac llegó al número 210 de la calle Orizaba, el primer sábado de mayo de 1952, las señoras* de la calle cocinaban tortillas y la radio tocaba música de Pérez Prado. El sonido de big-band del rey del mambo cubano, últimamente apodado el Glenn Miller de México, era irónicamente música ambiental suave para lo que Kerouac encontró en el apartamento número 5, su viejo amigo William Burroughs, que se le apareció esa mañana de mayo «como un genio loco en habitaciones revueltas»